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Die andere Heimat – Chronik einer Sehnsucht (Edgard Reitz, 2013) ha sido distribuida en Francia en dos partes. La división se debe a una decisión comercial, pero este ciclo de Heimat, el más corto y condensado de la serie (tan sólo 225 minutos para una historia que transcurre entre 1840 y 1843), se deja, en efecto, escindir. La primera parte termina con el encarcelamiento del joven Jakob Simon, la segunda empieza en prisión, donde el protagonista toma conciencia del alcance de la violencia ejercida por el Estado prusiano y su recién coronado Federico Guillermo IV. Aunque la justificación argumental de esta división no es, en realidad, menos arbitraria que la comercial, su interés no es del todo extrínseco a la película.

La segunda parte se abre con las imágenes de un pregonero que recorre Hunsrück informando a la población de una ley por la cual se prohíbe la recogida de madera caída o piedras en terrenos privados. La voz del pregonero, que se extiende como el frío por las calles vacías, acaba resonando sobre la imagen de un niño, visiblemente enfermo, que duerme a la intemperie en un lecho de paja. Las digresiones son un rasgo característico de toda la serie de Heimat y permiten describir las costumbres populares o situar los acontecimientos históricos. En este caso, la secuencia no presenta ninguna ambigüedad, sino que con toda claridad señala cómo la violencia ejercida por el Estado se refleja en la miseria del campo renano. En todo caso, parece muy diferente de la forma en que, poco antes, se ha presentado el problema del mantenimiento de los privilegios comerciales de la aristocracia: la escena de rebelión en plena fiesta popular que lleva a Jakob a la cárcel.

Las dos escenas, y quizá también la división en dos partes, se hacen eco de otra, que tenía lugar en el año 1842: Karl Marx escribía en la Rheinische Zeitung una serie de artículos en los que analizaba el debate sobre esta legislación. La persecución de lo que era antes considerado como una simple sustracción de la madera caída en terrenos privados implicaba no sólo una decisión jurídica, sino también política. Sólo que lo político de esta decisión radicaba en que, en el debate, no se había pensado políticamente, sino en términos de bosque y de madera.

«[En estos artículos] Marx se remite al derecho consuetudinario en favor de los pobres y critica una ley que pretendía castigar, como si de crímenes se tratara, acciones (la recogida de leña seca en los bosques) que el pueblo, acostumbrado a ejercer el antiguo derecho, no podía considerar entonces sino como faltas leves. El conflicto estaba motivado por un asunto a primera vista trivial, pero importante para los campesinos pobres: qué considerar gratuitamente recogible, si las ramas caídas o también los árboles secos. Algunos propietarios presionaron al gobierno para que prohibiera por ley la vieja práctica. Muchos campesinos se manifestaron en contra.

[…] Se trata de una vieja y persistente tendencia del capitalismo: privatizar y hacer objeto de cambio mercantil aquellos bienes naturales que en el pasado fueron nullius, bienes comunales al alcance de todos, sobre cuyo usufructo no había por lo general legislación estricta. [… Marx] argumentaba que tal criminalización degrada la noción misma de Estado porque éste, al intervenir en el conflicto, se pone al servicio exclusivo del interés privado y utiliza luego un doble rasero a la hora de juzgar, desde el egoísmo de intereses particulares, las acciones y derechos de los unos y los otros. El Estado, en su opinión, se convierte así en instrumento de las clases gobernantes, pues los proprietarios utilizan sus aparatos represivos como garante no sólo de su madera sino de sus beneficios.» (Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), El Viejo Topo, 2009, pp. 58-59)

Marx, con la mordacidad que le caracterizaba, concluía así esta serie de artículos:

«Los salvajes de Cuba consideraban el oro como el fetiche de los españoles. Le hacían una ceremonia, cantaban en torno a él y luego lo tiraban al mar. Si los salvajes de Cuba hubiesen estado presentes en la sesión de la Dieta Renana, ¿no habrían considerado la madera como el fetiche de los renanos? Pero otra sesión más habría demostrado que la zoolatría se relaciona con el fetichismo, y los salvajes de Cuba habrían echado las liebres al mar para salvar a los hombres.» (Rheinische Zeitung, nº 307  del 3 de  noviembre de 1842)